Daniela estaba ahogándose en el aburrimiento. Se sentó en su clase de gobierno de Burr College, escuchando a su profesor hablar sobre la política de América Latina. Los estudiantes estaban aprendiendo sobre Cuba ahora, ¿o tal vez empezó la unidad sobre Argentina? Daniela no estaba segura. Simplemente hizo todo lo posible para pasar la clase. Era solo su primer semestre de la universidad y se sentía fuera de lugar e incómoda.

La universidad en sí era muy prestigiosa y carísima también. Daniela recibió la oportunidad de asistir a Burr College, porque había trabajado mucho en su escuela secundaria para ganar una beca para asistir a la universidad. No pensó que podría salir de su ciudad natal por su situación financiera. Toda su familia le dijo que tenía suerte. “¡Qué afortunada eres!”, decía, “la escuela te quiere tanto como para ofrecerte una beca.” A pesar de tener la beca, Daniela todavía necesitaba conseguir un préstamo para cubrir el costo.

Sin embargo, Daniela no se sintió afortunada. Parecía que todas las personas a su alrededor provenían de un entorno muy diferente. Los otros estudiantes hablaban de dinero todo el tiempo, pero indirectamente. Hablaban sobre la ropa de las marcas de diseñadores famosos que compraban y los viajes que planeaban hacer. Incluso criticaban a otras personas por la manera que gastaban su dinero. Daniela nunca participaba en estas conversaciones. De hecho, apenas hablaba. Se quedó callada y escuchaba. Escuchaba a las chicas que hablaban del maquillaje, los vestidos y los anillos. Escuchaba a los chicos que hablaban del golf, los yates y los sistemas de videojuegos. 

Daniela se sentía sola en sus clases hasta que conoció a Anna, la primera amiga que se hizo en Burr College. Le preocupaba hablar con los otros estudiantes menos con Anna. Las dos pasaban todo el tiempo juntas y miraban a los otros chicos hablando de las vacaciones caras que hicieron antes de que comenzara el semestre. Daniela se sentía cómoda con Anna, aunque sabía que la familia de Anna tenía mucho dinero, porque ella era empática y no criticaba cuando Daniela hablaba de sus problemas. Sin embargo, Daniela sabía que Anna no podía entender su experiencia. Daniela se sentía sola incluso con su mejor amiga a su lado.

“En sus experiencias, clase, ¿cómo ha afectado su trabajo en el campus a su educación?”, preguntó el profesor. 

Daniela inmediatamente se puso ansiosa y comenzó a examinar sus manos para distraerse. La escuela requería que tuviera un trabajo en el campus porque tenía ayuda financiera. Daniela trabajaba en la biblioteca casi todos los días. Sabía que la mayoría de los otros estudiantes de la clase no necesitaban preocuparse de tener un trabajo. Un estudiante levantó la mano y dijo con molestia, “No tengo un trabajo porque tengo práctica de golf todos los días. ¿Quién quiere trabajar en la escuela realmente?” Sus amigos se rieron con él. Daniela quiso hundirse en su silla y en el suelo. 

Antes de que el profesor pudiera responder, otro estudiante dijo, “Sí, mis padres dicen que los estudiantes no deben trabajar en el campus porque deben enfocarse en sus estudios. Dicen que la universidad debe ser divertida”. 

Desafortunadamente, las cosas que sus compañeros ricos dijeron no sorprendieron a Daniela. La que la sorprendió fue Anna. Ella miró al chico y dijo, 

“Es un privilegio no tener que trabajar. ¿Tus padres mencionaron eso?”

“Por supuesto que sé, pero cómo puedes trabajar cuando asistes a las clases. ¿Cómo estudias bien? No quiero estar en la misma clase con alguien que no se puede enfocar en mi proyecto de grupo. ¿No?”

Los estudiantes se rieron cuando Daniela estaba sudando. La vergüenza la hizo sentir muy preocupada. 

“Si ellos se enteran de que estoy trabajando, van a burlarse de mí. ¿Cómo puedo quedarme en esta clase si todos los estudiantes me desprecian? ¿Cómo puedo quedarme en esta universidad?” 

Cuando Daniela pensó más sobre esto, se puso más estresada. Anna notó su ansiedad y se enojó. “No pasa nada, Daniela, te ayudaré”, susurró Anna.

Luego se puso de pie y les dijo a los que estaban riéndose. 

“Para los estudiantes que necesitan pagar la deuda estudiantil, si no trabajan, habrá más deuda que pagar y más estrés para ellos. Si ellos pueden trabajar mientras asisten a la universidad, pueden pagar la deuda poco a poco, y…”

La deuda, la deuda, la deuda… esta palabra se repitió en su mente. Daniela no pudo oír nada más, solo el ruido de “la deuda” sonó en su cabeza. Estaba sudando, mucho más. Si se pudiese evaporar y desaparecer ahora, lo haría.

“…por eso, la deuda estudiantil es un problema estructural que el gobierno necesita resolver. Si no, es casi imposible pagar toda la deuda…”

“¡Solo treinta mil dólares! ¡Puedo pagarla en un día!” Daniela gritó.

Hubo un silencio. Daniela se quedó inmóvil porque se dio cuenta de que no se dice esto en una clase. Nadie habló, hasta que el chico miró en la dirección de Daniela con lástima y se rió, “¿En serio?”

“¡Basta!” Gritó el profesor, “¡Diego!” Y sigue gritando, “¡eres el chico más irrespetuoso del mundo!”

Diego se puso nervioso. Todos estaban callados.

“Pero profesor…”

“¡Cállate! Todavía estoy pagando mi deuda estudiantil…después de todos estos años. No sabes nada. ¡Fuera de aquí! ¡No quiero verte en mi clase!”

Diego salió de la clase rápidamente.

“Que esto sea una lección para todos ustedes”.

***

Después de la clase, el profesor se dirigió a Daniela y le preguntó si todo estaba bien. Por supuesto, ella le dijo que sí, que estaba bien.

Durante la caminata a su dormitorio, Daniela sintió el viento rozando sus mejillas. Las hojas de los árboles eran de tonos brillantes rojo, amarillo y anaranjado. Los árboles llenos de pájaros felices piando. Sonrió. 

Daniela llegó a su habitación y se tumbó en la cama. “No tengo…no tengo que preocuparme más”. Estaba cansada. Estaba harta.

“No me importa si ellos saben que soy pobre. ¡SOY POBRE, ¿ME OYEN?! No me importa”. Empezó a reírse. Se ríe de la ignorancia de Diego, y de su tristeza y sus circunstancias “desafortunadas”, como decían todos. Ella no tenía que preocuparse por lo que ellos pensaran de ella. Ella era ella y se sentía orgullosa de todo lo que era. Si era pobre, era pobre con orgullo. Justo entonces, oyó un golpe en la puerta. Era Anna.

“¡Daniela! ¿Estás bien?”

“Sí”. La luz del sol fluía por la ventana. Era cálida y agradable. “Me siento mejor que nunca. Nadie me puede detener. Nada me puede detener”.