Me despierto con una mujer frente a mi cara. “Señora, ¿está bien?” La empujo, confundida. ¿Por qué una mujer está invadiendo mi espacio personal? Lentamente, trato de ponerme de pie, pero el suelo se está moviendo. Me estoy moviendo. NO. Me quedé dormida en el metro. Es culpa de mi equipo —obligué a todos a trabajar hasta la una de la mañana porque ellos no pueden hacer nada bien. Idiotas. Debo despedirlos mañana. Espera, mañana… ¿Ya es mañana? Levanto la mano para mirar mi reloj, pero no está. Lo busco debajo de mi asiento, tampoco está. “¿Quién lo hizo?”, le grito a todos en el metro. Un bebé empieza a llorar. Camino frenéticamente por el metro y veo a un hombre mirándome. “Me robaste, ¿eh? ¿Te aprovechaste de una mujer inocente?” Él se encoge de hombros como un tonto indefenso. Finalmente, la puerta del metro se abre, pero cuando salgo, caigo agresivamente sobre mi cara. “Ay, ¿por qué tengo tanta mala suerte?”, grito para que el mundo pueda oírme. Lentamente, levanto la cara del suelo lleno de tierra, y delante de mí, veo a una vagabunda muy extraña. Está llevando una capa tan larga, y como si supiera que estaba viéndola, levanta su capucha para mostrar su cara. Tiene algo escrito en su frente. Trato de descifrar las letras: K…A…R…M…A… “Karma,” murmuro, muy confundida.

Corro fuera de la estación del metro —los vagabundos siempre me dan miedo, pero estoy bien. Le hago señales a un taxi afuera de la estación Gran Central: “1 World Trade Center”, digo afirmativamente cuando me siento. Miro hacia delante para ver la hora: son las cinco y media de la mañana. Genial, ya estoy tarde. Siempre salgo de mi casa a las cinco de la mañana para llegar a mi trabajo a las cinco y media en punto. Para mí es necesario ser la primera persona en la oficina. Eso muestra que soy la más dedicada. Me siento en el tráfico por 30 minutos antes de decidir que sería más conveniente caminar. “Señor, este tráfico es absurdo y su servicio es mediocre. Espero que se des cuenta por qué este viaje será gratis.” Cierro la puerta de un golpe e inmediatamente camino sobre un charco. Levanto mi zapato con mi mano derecha —el tacón está roto. “¡Mis tacones favoritos!”, exclamo con furia.

Camino el resto de la ruta sobre mis tacones rotos y llego a mi oficina a las seis y media. Una hora tarde, pero aún soy la primera persona en la oficina. ¡Clásico! Voy al baño para limpiarme, y miro mi reflejo en el espejo. Estoy llevando la misma ropa que el día anterior, pero dudo que alguien lo note. Siempre llevo variaciones del mismo traje —un blazer negro, una falda lápiz negra, y por supuesto, mis tacones negros. Es una lástima que estén rotos. Tengo que tener una buena postura hoy para compensar la altura perdida. Hago un moño en mi pelo encima de mi cabeza y ajusto mi falda. “Te ves muy bien. Nadie va a saber lo que pasó,” sonrío con satisfacción.

Me siento en mi escritorio y miro la gran oficina. Estamos en el piso 61, así que podemos ver toda la ciudad por las ventanas. Algunas veces, presiono mi frente contra la ventana y miro abajo. Las personas que cruzan la calle son más pequeñas que mi dedo índice, casi como si no existieran. Me volteo y vuelvo a mirar hacia la oficina. En el medio del suelo hay una mesa de ping-pong, una actividad que los otros juegan cuando necesitan un descanso. Pero nunca juego ping-pong. Si los otros trabajaran como yo, nadie tendría tiempo para jugarlo. El resto del suelo está cubierto con las mesas grandes que facilitan “un medio ambiente colaborativo.” Obviamente, este trabajo colaborativo no es mi estilo, así que le pedí a mi jefe un cubículo separado de todos. Como mis padres siempre me dijeron, la única persona en la que puedes confiar eres tú—los otros actúan amables para engañarte y, entonces, aprovecharse.

Mis padres son ejecutivos de Liberty Mutual Insurance y siempre han trabajado muchísimo, quizás más que yo. Desde mi niñez han establecido expectativas altas para mí. En la escuela secundaria, si yo no recibía una nota “A” de una prueba, no me permitían cenar. Nunca estaba permitido trabajar juntos con otros estudiantes porque “solo quieren tomar tus respuestas.” Por eso, nunca he tenido muchos amigos, pero estas expectativas me han enseñado a ser trabajadora y autosuficiente. Ellos solo quieren que tenga éxito como ellos, y les debo todo. Por eso, sólo me ocuparé de otras personas cuando sea absolutamente necesario.

Cojo mi organizador del bolso y empiezo a planear mi día —tengo que terminar la presentación que voy a dar mañana a Warner Music Group, nuestro potencial cliente. La he trabajado durante mucho tiempo porque tiene que ser perfecta. Si va bien como anticipo, la compañía ganará el cliente y yo seré la consultora con los mayores ingresos. Oigo la puerta cuando alguien entra en la oficina. “¡Guau, qué hermoso día!” exclama Martha, una de mis colegas. Martha es una mujer típica: rubia, alta, y siempre lleva demasiado maquillaje. A toda la gente le encanta ella, pero su voz alta me hace temblar. “Buenos días, Cristina. ¿Quieres compartir mi café? Acabo de ir a Starbucks y tengo demasiado.” Ella no debe estar tan feliz en la mañana. La miro con incredulidad. “No, Martha, no lo quiero. Hice mi café cuando llegué a la oficina hace dos horas,” digo con firmeza. “Oh… lo siento,” dice Martha con duda. “No actúes ofendida,” digo. “Alguien tiene que trabajar cuando todos los demás son perezosos,” agrego en voz baja. Cuando me siento en mi silla, me caigo al suelo. “¡Ay!” grito. Pensé que la silla estaba debajo de mí, pero ahora está contra la pared. Quizás me moví hacia Martha sin darme cuenta. Levanto mi cuerpo doloroso y me siento en la silla —qué mala suerte tengo hoy.

Salgo de la oficina a las nueve de la noche, después que todos mis compañeros incompetentes. Esta mala suerte tiene que parar ahora —mañana tiene que ser un día perfecto. Como siempre, me siento en la parte de atrás del metro para esquivar a los otros pasajeros. Saco mi organizador para mirar el horario de mañana cuando veo a la vagabunda detrás de mí. Me doy vuelta para mirar de cerca. Estoy segura, es la misma vagabunda que vi fuera del metro después de que alguien robara mi reloj. Puedo ver las mismas letras pintadas en su frente. De alguna manera estoy convencida que ella tiene la respuesta de todo, la respuesta de mi mala suerte. Camino por el metro para sentarme en frente de la vagabunda y empiezo a hablar en voz baja. —Psssst, hola —dije incómodamente— eres la vagabunda que vive debajo del World Trade Center en la estación del metro. Tengo que hablar contigo.

Hola, Cristina. Qué amable, quieres charlar conmigo. ¿Cómo estás hoy? Mis ojos crecen con sorpresa.

—Espera… eres una vagabunda. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Yo sé todo sobre ti. Siempre estoy mirándote, Cristina.

—Mira. No sé quién eres, pero tienes que parar lo que estás haciendo. Desde el momento en que te vi, he tenido mucha mala suerte. Todo el día, me pasaron cosas malas, y esto no tiene sentido porque trabajo más duro que todo el mundo. No merezco esto.

—Cristina, Cristina… tienes que aprender mucho. ¿Crees que esta mala suerte es una coincidencia?

Cada palabra que la vagabunda dice me enoja más y más.

—¡NO! No creo que sea una coincidencia. ¡Me has puesto una maldición y tienes que retirarla! —grito con rabia.

—Cristina, eres una persona muy inteligente. Piensa racionalmente. No es posible que una vagabunda tenga poderes mágicos.

—Entonces, explícame, por favor.

Me levanto del asiento y miro a la vagabunda fijamente. Continúo.

—¿Por qué tengo tanta mala suerte? ¡QUIERO QUE MI VIDA SEA NORMAL!

En este momento, me doy cuenta que todos los pasajeros del metro están mirándome como si estuviera loca. Quizás estoy loca… Después de todo, estoy hablando con una vagabunda. Me siento con mis manos sobre la cara.

—Cristina, mira mi frente. Encontrarás la única explicación que necesitas.

Corro fuera del metro, subo las escaleras y no paro hasta que entro en mi apartamento. “Hola, Señora Cristina, ¿está bien?” dice el portero como si estuviera preocupado sobre algo.Usualmente, yo gritaría, “Por favor, no me hable,” pero estoy demasiada aturdida para decir algo en respuesta. No puedo deshacerme de la imagen de la vagabunda y las letras estúpidas pintadas en su frente. Karma… Yo sé que he oído de karma —desde que era niña, he leído libros de mitología. Fue la única cosa que hice sin el permiso de mis padres, la única cosa que me permitió escapar de mi mundo de trabajo. Entro al elevador y cuando levanto la mano para pulsar el piso cinco, me doy cuenta que estoy temblando y sudando. Dios mío, tienes que controlarte, Cristina. Llego a mi piso y me cuesta abrir la puerta.

Mi apartamento es muy grande para Nueva York, pero no tengo mucho para llenarlo. No creo en las decoraciones ni en tener una televisión (solo cuestan dinero y sirven como distracciones) así que mis paredes son completamente blancas. En el cuarto principal hay una mesa grande con un MacBook de 27 pulgadas en la cima. Siempre como sola, así que combiné mi mesa de cocina con mi escritorio. De esa manera, nunca tengo que dejar mi trabajo. Voy a mi estantería y cojo mi libro favorito: Mitos y Leyendas: Cuentos Clásicos de Todo el Mundo. Paso al índice y busco “karma.” Aquí, página ciento siete. Esto es loco. Estoy loca. Respiro hundo y paso las páginas hasta que encuentro la correcta. En voz alta, leo la primera línea: karma es un mito hindú de causa y efecto donde la intención y las acciones de un individuo influyen en el futuro de ese individuo.

Me reclino en mi silla para pensar. Quizás, algunos de mis compañeros estén celosos de mi éxito y quieran sabotear mi presentación. Probablemente enviaron a la vagabunda para darme miedo. Sí, esto tiene sentido. Entonces, , digamos que estoy maldecida por el “karma.” Según la definición, mis acciones definen mi futuro. Por eso, solo tengo que hacer un acto de “amabilidad” y mi presentación saldrá bien. Ah, tengo la idea perfecta. Alcanzo el teclado y abro una ventana nueva. Busco “organización benéfica.” De la lista larga de opciones, elijo una al azar. El sitio está titulado, “Kava, donde nos imaginamos un mundo financieramente inclusivo donde todas las personas tengan el poder de mejorar sus vidas”. Ay… obviamente eso no es posible, pero funciona perfectamente para mi misión. Hago clic en “donar” y pongo mi información de tarjeta de crédito. Hay tres opciones de cantidades y elijo la segunda más baja: 15 dólares. Qué generosa, pienso. Soy una santa. Ahora, mis compañeros ni una vagabunda ni “karma” pueden interferir con mi éxito. Mi éxito es inevitable.

La mañana siguiente, me despierto con tanta energía. Hoy va a ser el mejor día de mi vida, pienso. Entro a la oficina a las cinco de la mañana —esto me da bastante tiempo para repasar mi presentación antes de que los clientes lleguen. La practico tres veces antes de decidir que estoy lista. Ya está perfecta y no puedo hacer nada más excepto esperar. Abro mi correo electrónico para pasar el tiempo productivamente y encuentro un mensaje de Kiva: “Con tu donación, has ayudado a Lindiwe, haz clic para saber más.” Ay, moriría con ese nombre. El enlace se transforma en un artículo sobre esta mujer; aparentemente, va a usar mis dólares para expandir su negocio de jugo casero en su pueblo en Zimbabue. Al fin, hay una foto de Lindiwe y sus tres hijos fuera de una choza pequeña. Todos sonríen como si hubieran ganado un millón de dólares. No puedo entender como están tan felices cuando casi no tienen nada.

Un grupo de mis compañeros caminan en la oficina, riéndose por algo que Martha dijo. Me gusta la oficina mucho más cuando estoy sola. “¡Hola, Cristina!”, me gritan ellos. “¡Hoy es el día! ¿Estás lista?” Levanto mis ceños. Ellas actúan simpáticas, pero no saben que he descifrado su plan de sabotaje. Respondo con calma: “No duden, chicas; por supuesto que estoy lista. La he practicado durante muchas semanas y creo que es perfecta.” En mi escritorio, aplasto mi bola de estrés al ritmo del tic-tac del reloj para pasar el tiempo. Los clientes deberían haber llegado hace dos horas… De verdad, ¿dónde están? Recojo el teléfono para llamarlos cuando Martha aparece en mi escritorio. Ella me parece triste o algo, como si estuviera anunciar la muerte de su perro. “Martha… ¿Qué hiciste ahora?”, digo. Ella me mira fijamente y dice lentamente, “Cristina, lo siento muchísimo, pero Warner Music Group acaba de llamarnos. Ellos han cancelado la reunión. No me dieron muchos detalles, solo que decidieron contratar otra firma”. Ella pone su mano en mi hombro. “Lo siento mucho. Yo sé lo mucho que has trabajado en esto”.

Caigo en la silla y mi bola de estrés se cae al suelo. Esto no tiene ningún sentido. Doné a una organización estúpida de caridad, así que buenas cosas deben pasarme. Puedo sentir la ira calentándose dentro de mi cuerpo. Antes de pensar, miro a Martha y grito, “Todo esto es tu culpa. Yo sé exactamente lo que hiciste. Tú, la vagabunda y tu maldición de Karma, yo sé TODO”. Paro para recuperar mi aliento y me doy cuenta que toda la oficina está en silencio, mirándome. “Cristina, escúchame. Estás actuando como una loca. Nadie te ha maldecido, ¡sería imposible! Tienes que mejorar tu actitud. El mundo no se ha acabado y todos nosotros estamos aquí para ayudarte. Simplemente tienes que permitirnos”. Hay una pausa larga y la oficina queda en silencio. Ella continúo: “Cristina… creo que debes tomarte el resto del día libre. Despeja tu cabeza”.

Tomar el día libre, pienso confundida. ¿Esto es mi vida ahora? ¿Dejar a los clientes y tomar el día libre? El único día que he pedido en toda mi carrera fue el día después de recibir la cirugía de emergencia que me hicieron en el apéndice. Nunca me tomo los días libres. Ahora, sin la presentación, mi agenda está completamente abierta y es obvio que nadie me quiere aquí Hago mi bolso, devuelvo mi bola de estrés en su lugar encima de mi escritorio y salgo de la oficina. Puedo sentir los ojos de todos cuando cierro la puerta.

Por hábito, voy por el túnel subterráneo que conecta la estación del metro con el World Trade Center. En ninguna circunstancia caminaría fuera del World Trade Center a esta hora—siempre está lleno de turistas molestos que no saben nada de la ciudad. Empiezo a pensar en lo que Martha me dijo. ¿Es posible que ella tenga razón? ¿Y si estoy un poco loca? Siempre asumo que todos son mal intencionados porque quieren ganar como yo. Pero, si Martha está en lo cierto, ¿simplemente quieren ayudarme sin sabotearme? Tienen que tener otra motivación. Nadie simplemente es amable. Mis pensamientos son interrumpidos con una voz alta, “¿Pulseras? ¿Pulseras, alguien?” Esto siempre pasa en la ciudad —la gente pobre vende las porquerías para robar el dinero de la gente que trabaja duro. Me doy vuelta para ver al vendedor: una chica joven, de alrededor de veinte años, está llevando una caja grande de pulseras coloridas. “¿Señora, quiere una pulsera?” ella me pregunta. Nunca compro las cosas de la calle —es antihigiénico y perpetúa el problema de estar sin hogar. Pero de alguna manera, algo me hace pensar diferente. Saco mi cartera, pero solo tengo un billete de cinco dólares. 

—¿Cuántos puedo comprar con cinco dólares?

—Señora, una pulsera cuesta un dólar. Podría tener cinco si quieres. Le doy a ella mi billete y elijo cinco pulseras diferentes de la caja. Todas son diferentes y tengo que asegurarme de elegir las más bonitas.

—Muchas gracias, señora. Lo aprecio muchísimo. Ella empieza a caminar fuera cuando recuerdo.

—¡Espera, espera! —grito. Ella se da vuelta para mirarme y continúo.

—Si quieres, debes buscar Kiva por Internet. La organización da los préstamos pequeños a las personas que quieren expandir sus negocios. Creo que serías más exitosa con un poco más de dinero y una estrategia de negocio.

Ella me mira y sonríe. Nunca veo ese tipo de sonrisa en mi dirección.

Me despierto a las cinco de la mañana y me preparo para el día. Martha me envió un correo electrónico para decirme que puedo quedarme en casa por un día más, pero no puedo. Pasé la mayoría de mi tiempo ayer mirando las paredes blancas. Tengo que trabajar. Tomo el elevador hasta el vestíbulo y, como siempre, el portero me saluda.

—Buenos días, señora Cristina.

Paro. Él no tiene ninguna razón para ser simpático. Lo ignoro cada día y aún así continúa saludándome. Decido tratar algo nuevo.

—Buenos días, señor…

He vivido aquí por cinco años y no sé su nombre. Dios mío.

—Antonio —él dijo, sonriendo. Dos sonrisas en menos de veinticuatro horas. Maldita sea.

En el metro, usualmente escucho a “El Diario”, un podcast del New York Times, pero esta mañana no quiero oír las noticias de Trump y su pared estúpida. Cierro mis podcasts y abro la aplicación de Spotify. Todos mis compañeros están hablando de una banda que acaba de reunirse. ¿Cuál es el nombre? Unos hermanos… Busco la lista de “hits” y la encuentro inmediatamente: los Hermanos Jonas. Pulso “Play” en su canción nueva, “Sucker”. Es muy pegajosa y no puedo parar. Pongo la siguiente canción, y por el fin de la vuelta, he escuchado el álbum entero.

Entro a la oficina y, como era de esperar, nadie está. Hago mi café y continúo escuchando a los Hermanos Jonas. ¿Por qué no he escuchado de su música antes? Quizás sea la culpa de mis padres —ellos solo me permitieron escuchar la música clásica. Me dijeron que la música popular mata las células en su cerebro.

Martha y los demás entran a tiempo, riéndose como siempre. De repente, ellos paran y me miran.

¿Cristina, estás escuchando música en la oficina?

Rápidamente la apago.

Ah, no, ya no. Es muy inapropiado para la oficina, lo siento. Tenemos que trabajar sin distracción.

Ellos ríen. ¡Cristina, no debes pedir disculpas! Amamos a los Hermanos Jonas. Queremos ir a su concierto, van a venir a Nueva York el fin del verano —dice Martha.

Odio los conciertos. Son un gran desperdicio de dinero —estás pagando para ver los cuellos de los fanáticos sudorosos. Pero en vez de decir eso, sonrío un poco y regreso a mi escritorio. Cuando me siento, me doy cuenta que no quiero sentarme sola con mi bola de estrés. Hago mi bolso y me mudo a la mesa comunitaria. Martha me da una mirada perpleja. “¿Qué?” digo en tono defensivo. “No hay nada que mirar. Debes volver a tu trabajo.” Ella abre su computadora y veo una pequeña sonrisa en su cara. Con esa son tres sonrisas, pienso.

El día pasa más rápidamente de lo usual, probablemente porque permití que todos tomaran una hora entera de almuerzo. Antes de salir de la oficina, Martha me invita a la hora feliz mañana. Aparentemente, ellos van cada viernes. Nunca salgo de la oficina antes de las ocho de la noche los viernes, pero quizás, pueda delegar dos horas cada semana a algo “social.”

Siento una mezcla de emociones cuando voy al metro. Siempre he estado tan enojada de todo el mundo porque pienso lo peor de toda la gente. Pero es posible que mis padres estuvieran equivocados sobre muchas cosas. De verdad, la mayoría de la gente me parecen amables sin alguna motivación mala. Bajo las escaleras,y acabo de poner otra canción de los Hermanos Jonas cuando veo la vagabunda. Karma aún está escrito en su frente, pero las letras están borrosas. Ella está de pie al borde de la vía del metro, lista para saltar delante del metro. “¡NO!”, grito. Corro hacia ella. Está en el lado opuesto de la vía, así que no puedo hacer nada más que hablar. Estoy confundida por qué nadie más en la estación parece preocupado. “Escúchame, por favor. No sé qué te ha pasado, pero no debes dar tu vida. Tú tienes mucho más para hacer, aunque seas una vagabunda. Te prometo. Lo que sea que es, será mejor mañana. No hagas eso.” La vagabunda me mira fijamente y sonríe, usando la misma sonrisa que he visto muchas veces hoy. Ella salta frente del metro. “¡NO!” grito, y me caigo al suelo. Pero cuando el metro sale de la estación, ni un cuerpo, ni un rastro de sangre están. En su lugar, en el medio de la vía, tirado, veo mi reloj.

Sketch of watch on subway tracks